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    'Silvia Delgado' se subió al camión con 22 años y aún no se ha bajado

    • «En los pueblos, decían que tenía que quedarme en casa»

      Esta arandina, con familia procedente de Ayllón, nació en 1975, está casada y tiene dos hijos, Álex de 10 años y Samantha de casi 8. Junto con su hermano regenta una empresa de transporte que han heredado de su padre, jubilado el año pasado. Estudió un módulo de FP de Moda en la capital ribereña pero, ante la falta de trabajo en la localidad, surgió la oportunidad de ponerse a los mandos de un camión y desde que lo hizo no se ha bajado.

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      ¿Desde cuándo es camionera?
      Empecé con 22 años, nada más sacarme el carné. Estudié Moda aquí en Aranda y como cerraron muchas empresas no había trabajo, mientras que en Piensos Pascual donde estaba mi padre había mucho. Le comentaron a él que hacía falta un camión más para transportar el producto. Fue mi madre la que me preguntó si quería llevar un camión y le dije que sí. No me lo pensé dos veces, porque siempre me ha gustado mucho conducir, tengo todos los carnés menos el de moto, porque eso de las dos ruedas me quitó la idea mi madre porque decía que era más peligroso.
      Puede sonar a estereotipo en los tiempos que vivimos pero, al principio, ¿no se te hizo duro conducir un camión siendo mujer?
      No. Sí que es verdad que al principio todos me miraban como diciendo ‘mira, dice que es camionera pero solo viene aquí a cargar el camión a su padre para que luego lo lleve él’. También en algunos pueblos me decían que yo tenía que estar en casa y no dedicarme a eso, a lo que yo les contestaba que estaban muy antiguos y que las cosas ya no eran así. Otros, en cambio, cuando llegaba a algún pueblo y preguntaba dónde estaba la granja a la que tenía que ir a descargar, se montaban conmigo y me acompañaban hasta la granja.
      En su entorno familiar, imagino, que su querencia por el camión era algo normal.
      Si, siempre me ha gustado. Tengo dos hermanas mayores y yo siempre he sido más ‘brutota’ que ellas, ellas no veían el camión, por eso era lógico que me lo ofreciesen a mí en vez de a ellas. Yo con mi hermano, en cambio, íbamos a echar una mano a mi padre de pequeños, mientras mis hermanas se quedaban en casa limpiando. En mi familia siempre se repartían las tareas, pero nada que ver con los caducos roles de chica y chico, quien quería quedarse en casa, las mayores, lo hacían, y quien querían ir con mi padre, los pequeños, mi hermano y yo, pues íbamos.
      ¿Ha notado algún cambio en la mentalidad de la gente desde que comenzó a ahora? ¿La gente ve más normal que una mujer vaya a los mandos de un camión?
      Ahora es muchísimo más normal. Al principio salían todos los del pueblo a verme conducir porque les llamaba mucho la atención que fuese mujer y los abueletes te interrogaban para saber porqué me dedicaba a algo tan duro, desde su punto de vista. Ahora no, ahora te miran y lo comentan pero no con el estupor de antes, y me preguntan si conduzco yo el camión y me tachan de valiente por hacerlo.
      ¿Y el trato con los compañeros del sector?
      Al principio era ‘la hija de’ y, poco a poco, se fueron haciendo a mí y yo a ellos. Nunca he tenido ningún problema en ese sentido por ser mujer en el ámbito del transporte.
      ¿Qué radio de distancia recorre en su trabajo?
      Yo hago 600 kilómetros diarios, que no es tanto. Por ejemplo, la granja que está más lejos de la fábrica de piensos de Valladolid para la que prestamos ahora servicio está a 270 kilómetros. Yo, como los demás, organizo los viajes para empezar y acabar en Aranda. Por suerte, duermo siempre en casa.
      ¿Qué ha supuesto para usted recibir este reconocimiento a nivel nacional que le ha otorgado la Asociación Femur?
      Éramos un grupo de mujeres que, en teoría, teníamos trabajos que no eran normales para una mujer. Aunque eso, en mi caso, no es cierto porque, por ejemplo, aquí en Aranda hay por lo menos cinco camioneras más. Me sentí reconocida con el premio pero a mí me da mucha vergüenza que me den estas cosas porque yo lo veo natural, para mí no es nada del otro mundo, es un trabajo como otro cualquiera y es mi trabajo, nada más.


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