"Cuando cogía vacaciones, a los diez días quería volver a la libertad del camión" Joaquín Aldanondo - Blog Debates en Foro Transportistas

¡Hola Forastero!

Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, puedes acceder a través de tu cuenta de Facebook, Google o Twitter... ¡Así de fácil!

Acceder con Facebook Acceder con Google Acceder con OpenID Acceder con Twitter

Lo más visto esta semana:

    "Cuando cogía vacaciones, a los diez días quería volver a la libertad del camión" Joaquín Aldanondo

    • Joaquín Aldanondo, al volante de uno de sus camiones.

      Tiene 55 años, es de Urnieta y asegura que su vocación es ser camionero, lo que al principio resulta chocante porque, con perdón del gremio, no parece que una profesión tan sufrida pueda ser vocacional

      Joaquín Aldanondo ha visto países que hace tiempo desaparecieron, ha comido con sus compañeros de aventuras en lugares como La bella cantinera o Kilómetro 103, ha conocido la libertad entre tormentas de nieve y es capaz de ser feliz con solo asomar el brazo izquierdo por una ventanilla. Joaquín sabe apreciar la belleza de la lluvia por su sonido. Recuerda con nostalgia un mundo que ya no existe.

      La aventura
      Marruecos: «Era la primera vez que viajaba allí. Cuando en Tánger se abrió el portón del barco y salí con el camión, fue como si se hubiera abierto la página de un cuento».

      Alemania oriental: «Había un pasadizo con vallas a los dos lados y torretas con ametralladoras. Nadie se podía acercar al camión. Si parabas en una gasolinera toda la gente se apartaba».

      Tiene 55 años, es de Urnieta y asegura que su vocación es ser camionero, lo que al principio resulta chocante porque, con perdón del gremio, no parece que una profesión tan sufrida pueda ser vocacional. Pero cuando Joaquín habla de sus 33 años al volante comienzan a surgir las dudas. Quizá sea cierto que recorrer miles de kilómetros en unos pocos días sea, como él dice, «una aventura».

      «La primera vez que fuimos a Marruecos llevábamos un cargamento de cristal. Yo iba con miedo porque no sabía lo que iba a encontrar pero cuando en Tánger se abrió el portón del barco y salí con el camión, fue como si se hubiera abierto la página de un cuento. Los altavoces llamaban al rezo, el puerto estaba lleno de gente y en las tiendas había carne colgando rodeada de moscas. Me encontré de repente en un mundo de fantasía».

      El suyo fue un mundo que comenzó a recorrer a bordo de un Pegaso de 260 caballos de su propiedad con «un cambio de bola con cuatro velocidades que se multiplicaban por dos». Reconoce que se echó a la carretera sin gustarle, pero en aquella época «hacían falta conductores de internacional» y la cercanía con la frontera le permitía hacer viajes de cuatro días y pasar en casa los fines de semana con su esposa y su hija.

      Solidaridad

      Eran buenos tiempos para ser camionero. «Teníamos salarios bastante altos» y, sobre todo, era una profesión que «te daba libertad». «No era un horario de fábrica, te organizabas tú y sabías lo que había que hacer». Por si fuera poco, añade Joaquín, «nos conocíamos todos y había solidaridad. Si tenías algún problema enseguida se paraba alguien para ayudar, incluso te prestaban dinero».

      Si entonces hubieran contado con los vehículos y las carreteras de ahora, la vida habría sido casi perfecta para los transportistas, pero no era así. «Cuando se bajaban puertos, los frenos se calentaban y el camión se quedaba suelto, pero ahora hay un sistema que retiene el vehículo y ya no se producen accidentes». Con la tecnología actual Joaquín se habría evitado un percance que casi le cuesta la vida. «Bajando Azpiroz me quedé sin frenos y volqué. Me aplasté una vértebra pero pude recuperarme».

      No todos pudieron contarlo. «En Azpiroz se ha matado mucha gente. Los camiones eran de poca potencia y había que usar constantemente el freno. Cuando haces eso el tambor se dilata y la zapata no consigue retener el vehículo», explica Joaquín.

      Cuando empieza a enumerar la lista de países que ha visitado es como si leyera en voz alta el índice de un atlas. Francia, Marruecos, Italia, Gran Bretaña, Dinamarca, Luxemburgo, Holanda, Bélgica Suiza, Alemania occidental... y los países comunistas. «Ir a Yugoslavia o a la República Democrática Alemana era algo que no todo el mundo se atrevía a hacer porque si te pasaba algo estabas solo. Allí cualquier problema era grande. En la última salida de Alemania Occidental había una zona neutral de cuatro o cinco kilómetros. Era un pasadizo con vallas a los dos lados y torretas de vigilancia con ametralladoras. La RDA era otro mundo, nadie se podía acercar al camión porque estaba prohibido y si te parabas en una gasolinera toda la gente se apartaba. Te miraban como si fueras un marciano».

      Con el tiempo aquel primer Pegaso se ha convertido en Noa Cargo, una empresa con 33 camiones que Joaquín creó hace dos años con otro socio. Ahora es empresario pero sigue siendo camionero y ejerce como tal cada vez que puede. Es algo que no puede evitar.

      Joaquín Aldanondo se transforma cuando habla de aquella vida que algunas veces recupera. Y también transforma al oyente, que empieza a ver a los camiones como algo más que un estorbo en el camino. «De vez en cuando cojo el camión y voy a Galicia o más arriba de Burdeos. Esto es como una droga, necesitas volver a sentir el volante; cuando estás en la carretera la quieres dejar, pero si no la tienes la echas en falta». Son palabras que parecen exageradas pero algo de verdad deben de tener, porque Joaquín hace una confesión. «Cuando estaba de vacaciones, a los diez días quería volver a la libertad del camión», asegura.

      Regresaba a la vida en la cabina, un oasis con todo el universo al alcance de la mano, donde pasar las noches en la litera con «el ruido de la lluvia sobre la chapa» era una delicia. Y si empeoraba el tiempo, aún más. «No hay cosa que relaje tanto como ver nevar desde la cabina del camión, es como si estuvieras en una terraza con calefacción al pie de una pista de nieve».

      Gastronomía fina

      En los viejos tiempos Joaquín paraba a comer con sus compañeros de ruta en ese tipo de restaurantes cuya calidad no se mide con estrellas sino con el número de camiones estacionados en el aparcamiento. De Francia destaca La bella cantinera, El carrito o los caracoles de mar que servían en Vivonne. Más cerca están Kilómetro 103, en la carretera a Madrid, y el Hernani, «en un cruce de carreteras hacia Logroño o Pamplona». Y mucho más cerca, incrustada en la memoria, «la hamburguesa cruda a la que le echaban encima un huevo» que comía en algún lugar de Francia.

      «Todo eso ya no existe», repite Joaquín. Los robos están aumentando y ya ni en la cabina se está tranquilo, en las carreteras proliferan chóferes del este que trabajan por poco dinero y están dispuestos a vivir meses enteros en la cabina de su camión. «Tenemos muchos problemas de alcohol con estos conductores», se lamenta. «Ahora ya no conoces a casi nadie y si pinchas no te ayudan», afirma el veterano camionero con rostro de quien, a la altura del kilómetro 103, ve pasar ante sus ojos el toro de Osborne. El paraíso perdido.

      Diariovasco.com
      +1 -1

    Lo más visto esta semana: