Jonatan Montes, de 35 años, tomó el mando del vehículo en Hermanos Pidal al ver que el conductor "no respondía y tenía los ojos en blanco"

"Agarré el volante y sólo pensé en parar el autobús como fuera". Jonatan Montes Rivera evitó ayer que un vehículo que cubre la línea entre Riosa y Oviedo, con siete pasajeros dentro, circulase sin control por el Oeste de la ciudad segundos después de que el conductor se quedara inconsciente tras sufrir una bajada de tensión en torno a las ocho y cuarto de la mañana. Logró detenerlo en el entronque de Hermanos Menéndez Pidal con la avenida de Galicia al impactar, aposta, contra una valla de protección en la acera, sobre un paso de peatones. De camino se llevó por delante una farola, una jardinera, un semáforo y el escaparate de un estanco, pero nadie resultó herido. De 35 años, vecino de Santa Eulalia, en Morcín, e instalador de electricidad y telecomunicaciones, estuvo al mando del autobús durante 80 o 100 metros que para él fueron "una película a cámara lenta".

El chófer se desvaneció al inicio de Hermanos Menéndez Pidal después de dejar atrás Padre Vinjoy. Jonatan lo sabe porque allí el vehículo dio un bandazo y chocó lateralmente con una farola que hizo añicos una de sus ventanillas. "Los cristales le hicieron un pequeño corte a una mujer que iba sentada, así que instintivamente me levanté para ver qué le pasaba al conductor", relata minuciosamente el ya conocido como héroe de la línea Riosa-Oviedo, un trayecto cubierto por la empresa Pullmans Llaneza.

Lo que vio le dejó helado. "El hombre estaba recostado sobre el lado izquierdo y parecía dormido pero cuando me acerqué más me di cuenta de que no respondía y tenía los ojos en blanco". Su primera reacción fue pisar el freno, aunque le fue imposible hacerlo porque la estructura metálica que separa al conductor de los pasajeros -y que sirve de mostrador para el pago de los billetes y la cancelación de los abonos- estaba cerrada y no dejaba espacio libre para otra persona. Jonatan no se lo pensó dos veces y se puso al volante con la idea fija de "parar contra algo".

El conductor novato no podía dejar de mirar a los lejos a los coches que esperan a que el semáforo de avenida de Galicia se pusiera en verde. "No puedo darles, no puedo darles" se repetía a sí mismo mientras maniobraba hacia la derecha para intentar ir por la acera, desierta a esas horas.

Poco antes de terminar el viaje contra una valla, hizo saltar en mil pedazos el escaparate de un estanco. Estefanía Rodríguez había levantado la persiana una hora antes y se disponía a pasar una jornada tranquila sin mucha venta por el parón laboral de buena parte de sus clientes en las vacaciones de Semana Santa. El ruido de los choques contra una farola y una jardinera le puso alerta y se asomó a la puerta. "Vi que venía un autobús descontrolado y me metí en el fondo de la tienda". Eso hizo que resultase ilesa y que se pasara la mayor parte de la mañana explicando a todo el que entraba en su local que podía haber pasado una desgracia. "Menos mal que ahora no hay clase porque por aquí siempre hay niños esperando el autobús escolar o que vienen a comprar chuches".

Estefanía siguió con su jornada habitual, aunque sin escaparate, y Jonatan hizo lo mismo. Se fue a trabajar a La Manjoya para hacer una instalación eléctrica, pero antes y después se interesó por el estado del salud del conductor, un hombre de 51 años con una hoja de servicios impoluta que, según su empresa, se encuentra bien pero permanece en observación para descartar otras dolencias.